Lectura de juego: libros y Ediciones Debut
Por Carlos Rojas*
Escribir sobre fútbol puede ser una forma de conjurar un doble silencio. Mientras que el futbolista no suele ser reconocido por sus destrezas verbales, cada declaración pública da cuenta de ello, quien vive la lectura como un deporte de alto impacto encuentra habitualmente en el balompié un enemigo público, algo peor que un bestseller.
Es rara la especie de intelectual o futbolista, por plantear un Boca-River, que sea ambidiestro en estos dos lenguajes, que practique una lectura de juego fuera de las canchas y que al mismo tiempo abra el campo del pensamiento a la manera de un ocho o de un cinco.
Entre jugadores que leen poco y lectores que practican este deporte tal vez menos, editar libros sobre fútbol puede ser una operación suicida o pequeñoburguesa. Si bien para buena parte de las y los pamboleros Zidane es en sí mismo poesía en persona, ningún editor se arriesgaría a lanzar una colección de poemas sobre su técnica individual o su golpeo de balón.
Veo en la primera de forros de este libro imaginario la bolea imposible de Zidane contra el Leverkusen e imagino entre sus páginas una oda a sus recepciones, una especie de poema-instalación para su roulette, tal vez algunos sonetos sobre su elegancia.
¿Quién podría versificar la discreción de Zidane?, ganó todo como jugador y casi todo como técnico. (¿Habría algo parecido en el mundo de las letras? ¿Un galáctico en la escritura y la edición, por ejemplo?) ¿Quién daría con una metáfora para su brío estético? Valdano lo comparó con un elefante que practica ballet.
Es verdad que en tiempos recientes los libros sobre fútbol han ido en aumento. Cuando era niño, sólo figuraba Villoro y Galeano. Lenin en el fútbol se conocía poco. Hoy han acaparado el medio editorial los textos sobre liderazgo y superación personal que hacen del futbol una supuesta escuela de vida. Pasamos del Valdano ensayista de El miedo escénico y otras hierbas –un libro hoy prácticamente inconseguible–, al Valdano mercadólogo de Los 11 poderes del líder.
En México, es urgente una colección que utilice el fútbol para leer lo social desde un ángulo incómodo, que lo escriba en fuera de lugar. ¿Por qué no tenemos, como en el caso argentino con Maradona, una fenomenología de Cuauhtémoc Blanco? Un libro que revise sus aporías y sus paradojas, que examine los desafíos estéticos de un jugador contrahecho que aportó al lenguaje, como ningún otro (ni siquiera Ronaldinho) un neologismo: la cuauhtemiña, ese salto identitario hacia ninguna parte; un libro que no dude en leer en su propio nombre el mestizaje fundante de nuestra cultura.
En otros espacios he defendido la idea de que no existe tal cosa como el fútbol mexicano profesional. Sería más acertado hablar de un fútbol latinoamericano practicado en México. Trampolín de brasileños, argentinos y colombianos, el fútbol mexicano se entrega fácil, prefiere un negocio multicultural a un proyecto formativo propio. (Somos, aventuro, el único país donde en la talacha queremos uniformes raros de otros países del mundo, porque estamos cansados de utilizar ya los mismos del Madrid, Barça, Chelsea, River o Galaxy.)
Habría que evitar en este catálogo libros que cayeran en lugares comunes; por ejemplo: una obra que tomara el motivo del quinto partido para ensayar sobre el “fracaso mexicano” en un tono seudo existencialista. En todo caso, ¿por qué nadie escribe nada sobre la rodilla y su sentido trágico-melodramático en la vida futbolística?
Hubo en esta línea un intento rarísimo sobre el problema del penal en la cultura mexicana. Se titula La maldición de los penales… y su exorcismo. Es un libro atípico, publicado en 1995 por Octavio Rivas Solís, especialista en psicología del deporte y médico de los Pumas. La obra surgió a partir de las múltiples derrotas de la selección mexicana en tanda de penales y aborda el estrés, la mente, el cuerpo y la espiritualidad. Es un libro de mucha movilidad entre lo didáctico y lo apologético; se remite a Jacobo Grinberg en varias ocasiones y realiza una defensa de la psicología del deporte que tiene como marco teórico a Cesar Luis Menotti.
Se escribe poco sobre la influencia que ejercen los futbolistas en la literatura. La primera vez que vi una conferencia de Martín Kohan, notable ensayista argentino, no pude evitar asociarlo con Marcelo Bielsa, esa especie de teórico contemporáneo del fútbol por el fútbol, de quien Kohan ha expresado su influencia. “Ya sé que no me creen –expresa Bielsa en una conferencia de prensa– yo solo soy un pedazo de carne descontextualizada que tuvo la fortuna de decir más o menos lo que piensa…” (Propongo esta frase para iniciar su autobiografía.)
Octavio Paz dijo en alguna ocasión que el deporte moderno ha envilecido el cuerpo. No estoy seguro de que vil sea la palabra, pero sí que opera una metamorfosis particular que amerita analizar algunos de sus rasgos. De entre varios, como las cirugías del HH, el patizambismo, los cortes de cabello, me detengo en el apodo del futbolista mexicano. Barroco y en cierta medida jeroglífico, el arte de apodar (apoderare; es decir, hacerse dueño de una identidad) ha sido una forma barroca y carnavalesca que ha oralizado lo mismo bestiarios: el “Pony” Ruiz, el “Perro” Bermúdez, el “Gato” Marín; que insectarios: el “gusano” Nápoles, el “grillo” Biscayzakú, el “piojo” Herrera; tratados de anatomía: el “Cachetón” Aguilar, el “Ojitos” Meza, el “Diente” López; o títulos nobiliarios: el “Príncipe Guaraní”, el “Emperador Azteca”, el “Duque de Catalunya”. Esa necesidad de caracterizar me parece que forma parte de nuestra épica más profunda, tiene algo de homérica (vuelvo a Zidane: ¿quién cantaría su cólera?).
En una entrevista realizada por Lila Azam Zanganeh, cuenta Roberto Calasso que un campo de fútbol conoció a Enzo Turrola, su mejor amigo y a quien le dedicó La Folie Baudelaire, una investigación sobre la constitución del campo literario francés que hace de París su muy particular Parque de los Príncipes. Intento recrear este encuentro en mi imaginación: se sabe que hablaron sobre Benedetto Croce y su ensayo sobre el autor de Las flores del mal, que ambos lo desaprobaron y que este doble rechazo los hizo trabar una amistad que perduró por décadas; pero entre disquisición y disquisición, entre erudiciones y apuntes de rabona, ¿habrán pateado al menos una piedra?; después de horas y horas de hablar de hinduismo o de Sir Thomas Brown, ¿Calasso se habrá apoyado en un poste momentáneamente como un portero aburrido?
No pierdo la fe de que en algún momento Ediciones Debut, una editorial sobre fútbol que publica sólo libros donde este deporte es la antesala de algo, sino más grande, extraño, imprevisto, vulgar o evidente, lance al mercado su catálogo editorial: libros de bolsillo, no más de 50 páginas, susceptibles de ser leídos cuando un partido es moroso o predecible, como tantos del fútbol europeo. El primer volumen podría establecer una relación entre la muerte y el fútbol. Por ejemplo: la vida de los futbolistas después del retiro o el descenso a la segunda división, pero narrado por jugadores que nunca lograron debutar y que hacen de ese estigma un modo de vida. La colección sería dirigida por Marion Reimers y Julio Grondona (si aún viviera). Llevaría por título: bote muerto.
*Jugador amateur, amante de los diccionarios, editor frustrado.
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