Ecualización cultural e inauguración de Qatar 2022
Por Homero Ávila Landa*
¿Qué es lo especial de la inauguración mundialista de Qatar cuando sus protagonistas son Morgan Freeman, la participación del K-Pop y el discurso audiovisual que hollywoodiza las culturas y civilizaciones más lejanas, diversas y desconocidas” para “Occidente”? Se trata de un espectáculo global y globalizado que apunta a un modo de homogeneización cultural soft, que ecualizada mediante el diseño aquello que, siendo complejo, se haga amable de consumir.[1] Las inauguraciones mundialistas son productos culturales propios de una industria cultural que echa mano del discurso visual que “unifica” sin sobresaltos pasados y presentes culturales/civilizatorios para hacerlos como si confluyeran en el futbol; y este deporte en su forma globalizada parece la práctica de una hermandad. La ecualización cultural de las inauguraciones de estos eventos formatea la alteridad o la diversidad, para hacerla globalmente “digerible” y para dejar la impresión de que es la paz y la alegría, y no otra cosa, el significado del futbol mundialista.
Ya sea que se eche mano de acentos tropicalizados (México 1986; Brasil 2014) o de notas arabescas (Qatar 2022), la ecualización cultural del otro limita la experiencia de lo desconocido y lejano al contacto con pueblos, culturas y civilizaciones agradables, a las que no hay que temer por desconocidas. También se trata de la inserción en el sobado concierto de las naciones propio de una modernidad nostálgica, organizada en estados-naciones cada vez más flexibilizados y desdibujados por la globalización, en la que se han resquebrajado ciertas fronteras y hemos pasado a ser ciudadanos del mundo; en este caso, del mundo futbolero tan ansiado y masivo.
Según el principio de ecualización, que hace de la diversidad cultural paquetes de consumo masivo, la compleja multiplicidad del mundo puede someterse a procesos de síntesis en los que es sustantivo el uso del juego de luces, pantallas gigantes y sonidos pop, medioambientes para el baile y la alegría en formatos sonoros tipo MTV o VH1, complementados con coreografías carnavalescas acentuadas con toques de enérgicos tambores que igualarían en su cadencia los corazones identificados con el evento de que se trate. Puede ser la inauguración de un mundial de futbol o de unos juegos olímpicos, o de algún evento subnacional deportivo donde lo propio, lo étnico y la identidad regional se estilizan con los láseres multicolores y los sonidos locales para amplificar la experiencia y dar la impresión de que la pertenencia a una historia debe contarse siempre en positivo: ¡Viva México! La única regla: tomar algún símbolo de aquello diferente para dar forma como discurso cultural digerible.
El repertorio de los imaginarios, tan variados y profundos para cada cultura y civilización, se banaliza al ser ecualizada en el vigente escenario intercultural, en donde lo profundo, lo propio, lo impenetrable, se hacen a un lado para dar paso al cuento infantil contado por la FIFA Mickey Mouse, maestra en la espectacularización de la identidad del país mundialista de que se trate: patear un balón enfundado en uniformes nacionales es trascender.
Así, la valía y reconocimiento de los imaginarios válidos en la globalidad, la valía de las realidades propias de la diferencia cultural/nacional, parecen necesitar narrativas que ecualicen todo eso que no tiene traducción ni es posible comprender, aquello que hace únicos a los pueblos; se requiere del aval contemporáneo de la diferencia cultural en La Voz de Hollywood. Y para ello no viene mal el buen semblante de Morgan Freeman, ni el pop coreano calcado del estadunidense; ni los fondos sonoros a ritmo de tambores que trasladan o traen al presente lo básico de la humanidad: el ritmo del latido del corazón mediante el cual todos somos hermanos en las canchas y los estadios; juntos somos la diversidad activa. Las inauguraciones son la historia feliz, emocionante, poética, romántica, ordenada gracias a la enseñanza de las industrias culturales, en particular la cinematográfica; base de aquella clave que ya en el 86 sentenciaba que el futbol es “el mundo unido por un balón”… Otra cosa muy otra es lo que sucede cuando arranca el partido y los jugadores son los verdaderos protagonistas del drama.
[1] José Jorge de Carvalho es quien plantea la idea de la ecualización cultural de la música popular. Con él es mi deuda en este escrito.
*Titular de la Coordinación Universitaria de Atención Estudiantil de la Universidad Veracruzana
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