Coyotepec: el encuentro anual de los migrantes con sus muertos
En Santa Cruz Coyotepec, Puebla, los migrantes que radican en Estados Unidos regresan para ofrendar a sus difuntos y saborear la comida mexicana antes de regresar a California
#AlianzadeMedios | Por Kau Sirenio de Pie de Página
Fotos: Alexis Cruz Rojas
El olor a copal, a flores de cempasúchil y mole se mezcla en las celebraciones de los Días de Muertos y Fieles Santa Cruz Coyotepec, Puebla. Aquí se vive la religiosidad más allá de la vida; las tradiciones se conservan ante el fenómeno de la migración que esta población tiene hacia California.
El día empieza con el primer repique de campana en la iglesia de Santa Cruz Coyotepec, de ahí cada familia se prepara con el incienso de copal que inunda en todas las casas, además colocan ofrendas y agua bendita en sus altares que están adornados con flores de cempasúchil y terciopelo.
Mireya de Jesús Flores dice que colocar el altar de muertos no es tarea fácil, pues hay que conocer los gustos y sabores de los difuntos, la mezcla de una jícara de pulque, mezcal y un pan de muerto, acompañados por una taza de café y de un buen mole de guajolote para recibir a los familiares que vienen de visita.
Mientras platica con el reportero, Mireya empieza a caminar alrededor del altar con el sahumerio para esparcir el incienso que forma una espiral de humo e inunda con su olor. “La ofrenda es para mi mamá Jovita Flores” dice la muchacha de unos 20 años de edad.
El cempasúchil, el terciopelo, acompañados de velas, son las imágenes que recurrentes en las casas de Coyotepec. Mientras esto ocurre en el seno de la familia, en la iglesia la campana no deja de sonar en señal de luto: “Así va a estar toda la noche, por eso pasa una comisión a recoger la cena para el campanero”, agrega Mireya.
Aquí, donde los náhuas se volvieron mestizos porque ya no hablan la lengua materna que hablaban los primeros pobladores de Coyotepec, hay de todo, hasta conversaciones callejeras de los vecinos que hablan de su ofrenda. “Para que los muertos no regresen con las manos vacías, hay que ponerles lo que hay de comida”.
Santa Cruz Coyotepec es una comunidad pequeña: hay una decena de tiendas que ofrece velas, veladoras, copal, tazas y platos; apenas se puede comprar lo necesario para los altares. Eso sí, los precios de las frutas son muy bajos, por ser una zona donde se cosechan peras y manzanas.
Mientras que las flores de cempasúchil y terciopelo se compran en el mercado de Ciudad Serdán, o directo de Acatzingo, porque ahí se cultivan: “Aquí no se siembra la flor de cempasúchil, porque es muy frío, a veces no resisten las heladas, por eso lo compramos en Serdán, pero ha vecinos que los traen desde Acatzingo”, dice Gabriel Guarnero.
Mientras Gabriela me explica el significado de su ofrenda, su sobrino anuncia la llegada de una comitiva de siete mujeres con lámpara en mano para encender el cirio mayor del altar, antes de que la mujer tomara la vela de la ofrenda, las demás empezaron con un Ave María y un Padre nuestro. Después del breve rezo, las mujeres se encaminaron a otra casa para realizar el mismo acto.
Por su parte, Gabriela tomó del altar unas piezas de panes y tamales para ofrecerla a las rezanderas. “Después de que encienden el cirio, los de la casa tenemos que entregarle un litro de aceite, además de panes y tamales”.
Para alumbrar el camino de los muertos que vienen del inframundo, los de Coyotepec utilizan velas, veladoras, incienso y copal. Los precios altos por la temporada se ven en estos productos que son utilizados en el altar, como en las sepulturas que previamente se han limpiado y que tienen vida nuevamente.
Desde que empieza la campanada, otra comisión sale en carreta con ollas y cazuelas para recoger la cena para el campanero: “¡Cena para el campanero!”, gritan los muchachos en las puertas, mientras que los familiares salen con atole y lo vacían en una olla sin importar si es de fruta, chocolate, arroz con leche u otro sabor; hacen lo mismo con el arroz rojo, el mole, menos los tamales que van envueltos en hojas de maíz o de plátano.
El recorrido por los altares termina en la casa de Héctor Domínguez. A metros de distancia llega el olor a barbacoa que alborota el paladar de los comensales que deambulan solitarios en las calles heladas de Coyotepec. Es carne cocida en hoyo, a metro y medio de profundidad de la tierra. En un plato se pone suficiente carne, y un huesito. Es parte de la ofrenda en esta casa.
Así es el Día de muertos en esta población que se ubica al pie del volcán Citlaltépetl (Pico de Orizaba), donde los migrantes que radican en Estados Unidos regresan para ofrendar a sus difuntos y saborear la comida mexicana antes de regresar a California.
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