Definición de nombre
¿Qué haríamos sin el nombre? ¿Cómo nombrar a la sombra, cómo sombra al ala, cómo ala al vuelo, cómo agua al cielo? ¿Qué la cosa sin el nombre? ¿Pura cosa? El nombre hace que el hombre sea hombre
¿Qué haríamos sin el nombre? ¿Cómo nombrar a la sombra, cómo sombra al ala, cómo ala al vuelo, cómo agua al cielo? ¿Qué la cosa sin el nombre? ¿Pura cosa? El nombre hace que el hombre sea hombre
En Comitán cuentan una anécdota de los años sesenta. En ese tiempo viajar a la capital del país no era común. El viaje tardaba más de veinticuatro horas, en autobús. Chema pidió favor a un compadre que viajaría a la ciudad de México para que llevara tres discos.
¿Han pensado en que el dedo es la extensión más amada del cuerpo? ¿Han pensado en que es la extensión más traviesa, la más juguetona? Tengo una amiga que me cuenta que en la preparatoria tenía ciertos desajustes físicos y que vomitaba muy seguido.
Sorprende pensar que el hombre, con ayuda de un simple pincel, ha logrado maravillas como la de la Capilla Sixtina o como los murales de la Secretaría de Educación. Como siempre, el Diccionario es insuficiente para dar una idea más o menos cercana de lo que es el pincel.
La vida no es más que un constante enfrentamiento entre cuerpo y espíritu. Son como dos organismos complementarios y excluyentes. Las grandes tragedias del mundo se deben más al cuerpo, pero dictados por el espíritu. En nuestro país es costumbre decir que hay que “darle al cuerpecito lo que el cuerpecito pida”.
Anita Alfonzo cuenta que en Comitán vivió un personaje que le decían Panchón, hombre altísimo, que era predicador en las calles. Cuando los niños se burlaban de él, decía: “coman su culo con epazote”. La versión moderna de un amigo dice: “coman su culo, sin epazote, para que no les apeste la boca”.
La tía Herlinda era una tía consentidora. Reunía a todos los sobrinos y jugaba con ellos, en tardes de lluvia. Prendía la radio, hacía que todos se tomaran de las manos, hicieran rondas y, cuando ya estaban agotados, les decía que se tiraran en el piso y, en lugar de jugar al juego soso de “cuando compres carne, ¡no compres de aquí, ni de aquí, sólo de aquí!”, les prendía alas a sus sobrinos y, con voz de hada buena, les decía: “¡Vuelen, hijitos, vuelen!”
Mariana dice que tratar de definir al beso es tan inútil como soltar un grano de sal en una montaña de azúcar.
Cuentan que Diógenes sólo tenía una escudilla para beber agua, cuando se dio cuenta que le bastaba formar un cuenco con la mano ¡tiró la escudilla! Javier dice que Diógenes no hubiese hecho tal cosa si hubiese sido un buen bebedor de champaña o de vino o de güisqui. “¿Imaginás desperdiciar unas gotas del elíxir divino?”, me pregunta. No, no puedo imaginarlo. ¡Pobre Diógenes, pobre Javier! El vaso es uno de los adminículos (ah, qué palabrita) más generosos. Permite que su dueño lo llene casi con cualquier líquido o sustancia.