Honrar al linaje y a la vida
Como en una especie de cascada fueron asomándose los recuerdos que tenía atesorados con cada una de las abuelitas, los años que tuvo la oportunidad de convivir con ellas y que le compartieran algunas anécdotas.
Como en una especie de cascada fueron asomándose los recuerdos que tenía atesorados con cada una de las abuelitas, los años que tuvo la oportunidad de convivir con ellas y que le compartieran algunas anécdotas.
A su paso observó cómo los árboles estaban mudando de hojas, una señal de que la primavera estaba cerca.
Una vez frente a la fuente Consuelo comenzó a reconocer la textura de los bordes, como siguiendo sus instintos cerró los ojos, intentando imaginarse como niña descubriendo los materiales de qué estaba hecha la fuente.
A lo lejos seguía la música, ahora entonando, ¡Ay mi yaquesita, ay mi yaquesita!
En su camino se dio cuenta que los árboles estaban mudando de hojas. Desde pequeña le gustaba caminar sobre las hojas secas, el sonido que emitían le agradaba, se sentía como en un cuento donde ella era la protagonista.
Cuando Leonor despertó pensó que estaba soñando, la habitación estaba oscura y un ligero rayo de luz filtraba en la ventana. Era la luz de la luna. El canto de los grillos le hizo recordar donde estaba.
Uno de los paisajes que más la deleitaba cada tarde era contemplar cómo las gallinas iban buscando el lugar para dormir entre las ramas de los árboles.
El pijiji no solo estaba de un lado a otro sino que se había convertido en quien guiaba a un grupo de patos y anunciaba su ruta por su constante silbido.
Mientras se dirigía al comedor a Inés se le figuró la imagen de una taza de chocolate espumoso, del rico chocolate de bolita, acompañado de su rebanada de rosca que le servía su abuelita Cristi.