
Renacer en la vida
Permaneció con los ojos cerrados. En un tercer plano escuchó el canto de un zanate, tenía la fortuna de tener cerca una ventana en el cuarto del baño, eso le recalcó que eran como las seis de la mañana.
Permaneció con los ojos cerrados. En un tercer plano escuchó el canto de un zanate, tenía la fortuna de tener cerca una ventana en el cuarto del baño, eso le recalcó que eran como las seis de la mañana.
¡Flores de lechita, lleve sus flores de lechita, de flor de coyol, de musá! ¡Lleve su juncia!
La mesa ya estaba bellamente decorada, el mantel de fiesta, los tapetes rojos y un ramillete de margaritas amarillas al centro de la mesa.
Se acomodó el gorro de su sudadera, esa mañana el viento soplaba y llevaba consigo un aire frío, como indicando la cercanía del mes de noviembre.
Ruth se levantó temprano ese sábado para avanzar en acomodar la nueva mercancía que le había llegado. Tenía una tienda de abarrotes, era de las más antiguas en la colonia.
Las ideas en su diversidad se conjuntaban en la mente, acechando, como una especie de enmarañamiento que se resiste a fluir.
Recordó que su abuelita materna solía decir, a veces las personas más humildes son las que suelen ser más generosas, comparten lo que tienen, lo hacen con todo su corazón y eso se valora mucho.
Los espejos de agua que formó la lluvia de la noche, alumbrados por los rayos de sol, reflejaban las imágenes de los patos y gansos que se movían para ir a beber agua.
Esa mañana Joaquina sintió ganas de sentarse en el banquito que solía usar Benjamín, su hijo, cuando tenía dos años y hacerse pequeña, taparse con una cobija la cabeza y quedarse ahí un largo rato para luego destaparse y volver a la realidad, sin sentir tristeza. Sin embargo, eso no era posible.