La vida se llama eternidad
Margaret Atwood: «Nacimos con el gancho de la muerte dentro, y año tras año nos arrastra hacia donde vamos: el abismo.»
Margaret Atwood: «Nacimos con el gancho de la muerte dentro, y año tras año nos arrastra hacia donde vamos: el abismo.»
Vargas Llosa: «La materia prima de la literatura no es la felicidad sino la infelicidad humana, y los escritores, como los buitres, se alimentan preferentemente de la carroña”
Por razones que desconozco, en un par de días tuve un sueño y dos conversaciones sobre el mismo tema. Decidí escribirlos. Sucedieron en abril, tal vez en mayo; la terrible realidad actualiza el asunto con la muerte, en estos aciagos días de junio, de mi querida amiga Berenice Moreno. La sorpresa me hace recordar, como apunta el título de esta columna, que yo también moriré, que todos moriremos.
Tarkovsky: «Deben volver a donde estuvieron. Al punto donde tomaron el desvío erróneo. Debemos volver a los principales fundamentos de la vida, sin ensuciar el agua. ¿Qué clase de mundo es este si un loco les dice que deberían estar avergonzados?”
Hemingway: “Escribir no tiene trucos. Sólo te sientas frente a la máquina y sangras”.
Si ya no quedara ningún ejemplar vivo, podría yo dar sus señas precisas, dibujarlas con la tinta de la memoria que recuerda sus voluminosos cuerpos dando vueltas, enlazándose, nadando sin cesar en las aguas transparentes del ojo de agua que nace en mitad del Jardín Botánico. Un aciago día, sin embargo, los adolescentes de aquella época, que pasábamos horas felices allí, recibimos la noticia con pasmo, con dolorosa sorpresa: uno de ellos, un gordo manatí había muerto.
Tierras de poniente (Mondadori, 2009), de J. M. Coetzee, fue la primera novela que publicó, en 1974, este escritor que en 2003 ganaría el Premio Nobel de Literatura.
Omar Cabezas parece chiapaneco, decía, porque también para decir que algo es muy bueno o muy malo, tremendo o maravilloso, lo adjetiva con la palabra más usada en Chiapas. Si Octavio Paz hubiera escrito El laberinto de la soledad en nuestro estado no hubiera hablado de la chingada, sino de la verga. Morían de hambre, mataron un mono (p. 98) “y nos dimos una comida de mono búfala… no jodás… de a verga…”
Chéjov: “Nos hemos acostumbrado a vivir con las esperanzas puestas en el buen tiempo, en la cosecha, en una buena aventura amorosa, con la esperanza de hacernos ricos o de que nos den el cargo de policía, pero las esperanzas de ser más inteligente yo no las noto en la gente”.