Declaración de amor al Jardín Botánico*
Si ya no quedara ningún ejemplar vivo, podría yo dar sus señas precisas, dibujarlas con la tinta de la memoria que recuerda sus voluminosos cuerpos dando vueltas, enlazándose, nadando sin cesar en las aguas transparentes del ojo de agua que nace en mitad del Jardín Botánico. Un aciago día, sin embargo, los adolescentes de aquella época, que pasábamos horas felices allí, recibimos la noticia con pasmo, con dolorosa sorpresa: uno de ellos, un gordo manatí había muerto.