Se envuelven regalos

mercado en San Cristóbal de Las Casas Cortesía: Ramón Mariaca Méndez y José Alfonso López Gómez

Yunuen salió por el mandado que le pidió su mamá, el clima ese sábado estaba muy caluroso. Al entrar al mercado sintió un poco menos de calor; en algunos puestos tenían encendidos ventiladores. Pasó al puesto de las especias, revisó la lista de ingredientes que le anotó doña Pilar. Fue pidiendo la mercancía y por suerte, halló todo lo que necesitaba.

—Mi mamá se pondrá bien contenta, pocas veces encuentro todo lo de la lista —dijo para sí, mientras disfrutaba el olor que despedía la bolsa con rollitos de canela. El olor de la canela era de sus favoritos y qué decir del sabor.

Guardó los productos en las bolsas de tela que había llevado. Llegó al puesto donde vendían pescados y camarones, compró algunos filetes de pescado y aprovechó que también tenían bolsitas con verduras picadas y ramos de epazote.

Mientras seguía el recorrido en el mercado, se detuvo un momento, repasó la lista de cosas pendientes por comprar. Continuó caminando y se topó con un puesto de coronas de flores, de las que suelen usarse para coronar y felicitar a quienes cumplen años.

—¡Uy pero qué despistada soy! Mañana es el cumpleaños de la tía Lucita y se me olvidó por completo. ¿Y ahora qué le voy a regalar? —se dijo en voz alta mientras se llevaba la mano a la frente. Sintió algunas miradas de personas que la observaban. Yunuen siguió su camino, ahora con ese nuevo pendiente.

Su mente seguía pensando en el regalo para la tía Lucita, era una de sus tías consentidas, no solo de ella, sino de toda la familia. Como si tuviera una especie de rayo de luz, Yunuen recordó que tenía una manta para bordar, eso sería el regalo para la tía. Aprovechando que estaba cerca de ahí un puesto de hilos, se acercó y compró un par de ellos para combinar con los que ya tenía en casa.

Antes de retomar el camino a casa verificó la lista del mandado, llevaba todo y hasta algunas cosas de más, como los hilos. Hizo nuevamente una pausa, descansó un ratito del peso de las bolsas y se quedó observando a las personas que pasaban a su lado y al frente de ella. Nuevamente sintió lo cálido del clima. Se le antojó un agua de jamaica, pero no vio ningún puesto de aguas frescas. Gente iba y venía, adultas, jóvenes, niñas, niños. Cada quien en su mundo.

—¡Cristos, Cristos! —se escuchó del lado derecho, era un comerciante ambulante que iba con su diablito lleno de imágenes religiosas, de bulto.

El señor se veía cansado, sediento como Yunuen, solo que a diferencia de ella, la carga que él llevaba era más pesada y no podía darse el lujo de detenerse a observar como ella. El vendedor siguió su paso. La mirada de Yunuen se detuvo en un letrero, Se envuelven regalos, colgando frente a una caja envuelta con papel de fiesta.

—¡Oh! También necesito una envoltura para el regalo de la tía —se dijo para sí.

Hizo memoria si tenía algún ahorro para comprar una envoltura. Antes de iniciar con una nueva preocupación decidió que haría algo creativo con los materiales de reuso que encontrara en su casa. Respiró profundo. Era hora de volver a casa, se dirigió a la parada del colectivo. Subió, se acomodó en el asiento junto con sus bolsas.  El transporte pasó justo frente a la tienda donde estaba el letrero de las envolturas. Yunuen sonrió. Recordó que de niña le gustaba crear envolturas distintas para los regalos. Su mente ya estaba ideando la envoltura ideal para el obsequio de la tía Lucita.

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