Corazón contento

Bosque de niebla. Foto: Cortesía

La temporada de lluvias llegó y con ello quedó satisfecho el anhelo que la gente tenía de que lloviera, que se regaran los campos, reverdecieran las montañas, se apaciguaran los incendios, disminuyera el calor y que todos los seres vivos pudieran disfrutar de ese bello regalo.

Betina era una de las personas que disfrutaba al máximo de la época de lluvias. Aunque poco le gustaba mojarse, cada que tenía oportunidad contemplaba la lluvia en donde estuviera, en su casa, en el trabajo, en alguna cafetería, en la terminal de autobuses, en el colectivo, en el microbús, en la parada del transporte público.

En su contemplación había descubierto la magia que podía provocar la lluvia, desde cómo el verde decoraba las montañas, cómo los árboles despertaban con sus hojas más resplandecientes y las aves se posaban con mayor gusto en sus ramas, hasta que la tierra que en época de sequía se mostraba árida se volvía con una textura suave. De tal forma que al pisar sobre ella se marcaban las huellas de cada paso.

Además de lo anterior, el aroma a tierra mojada despertaba en Betina una especie de entusiasmo, era un incentivo a su creatividad. Quizá era una asociación que hacía con su infancia y cómo en las mañanas o tardes de lluvia solía hacer actividades que le gustaban mucho como leer, colorear, jugar o quedarse en casa a tomar café con pan escuchando anécdotas familiares.

El fin de semana llegó y ese sábado por la tarde la lluvia se dejó sentir. Betina estaba fuera de casa, había quedado de verse con su amiga Yunuen. Revisó el teléfono y no había ningún mensaje de Yunuen. La mente de Betina comenzó a pensar si su amiga llegaría, si la incesante lluvia se lo permitiría. Antes de inquietarse mejor buscó una mesa cerca del jardín de la cafetería. Ahí se instaló, revisó la carta, se decidió por una tisana de lavanda con menta y mientras esperaba se detuvo a contemplar la lluvia.

El jardín de la cafetería estaba ubicado al centro, era un espacio muy bello, tenía muchas flores, entre ellas bugambilias en color rosa, blanco, anaranjado y violeta, enmarcados por romero y lavanda y unas pequeñas plantaciones de aves del paraíso. Cada integrante del jardín recibió las gotas de lluvia que no dejaban de caer con demasiada abundancia.

Betina degustó su tisana a la par de observar la lluvia casi de inicio a fin, al término de la lluvia fue testiga de cómo algunas aves se posaban en las ramas de los árboles. Las percibió muy animadas, como agradecidas por el agua. El aroma del romero y la lavanda se podían percibir hasta su mesa.  Sintió una sensación muy grata, la lluvia era mágica. De no ser porque el mesero le preguntó si gustaba algo más de tomar, se acordó de la espera de su amiga.

—Me permite un momento, por favor, ahora le digo si pido algo más —dijo Betina en un tono relajado.

Revisó su teléfono, tenía un par de mensajes de Yunuen,

—Beti, voy demorada, está bien fuerte la lluvia y no he salido de casa.

—Betiiii, ¿sigues ahí? Ya paró de llover y apenas voy en camino.

—Yunuen, disculpa apenas leo tus mensajes, sigo aquí, la lluvia me entretuvo y no había escuchado el celular. Te espero para que platiquemos sobre las charlas pendientes que tenemos.

El rostro de Betina estaba sonriente, disfrutaba esa tarde de lluvia, la tisana estaba deliciosa y lo más bonito era sentir su corazón contento.

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