El negocio de la Selva Lacandona ¿cui bono?
María Luisa Armendáriz
(Primera entrega)
Negociación viene de la palabra Negocio del latín Neg – no, negación y Otium – ocio. Lo que no es ocio. Se utiliza para pactar, encontrar formas de solución de conflicto, para convenir ganancia común y entendimiento. En tanto la palabra negocio, como todos sabemos, se utiliza para hacer dinero. La pequeña línea entre uno y otro es lo que no alcanzamos a distinguir cuando a nuestras espaldas o en nuestra cara el Gobierno pacta y negocia nuestros bienes a cambio de el beneficio de alguno de sus miembros de élite, a cambio de alguno de los grupos a los que sirve, con los que se sirve, con los que pacta.
En estas negociaciones incriminar, inculpar o comprometer a un tercero es la forma común de lavarse las manos ante los medios, ante la prensa o ante aquél o aquellos a quienes busca agradar. Así va tejiendo una urdimbre de pactos y acuerdos que van tramando y enmarañando una red difícil de comprender, como es el caso de la Selva Lacandona, donde ni en internet ni en prensa escrita es posible para un lector con dos dedos de frente entender quién es quien.
Un ejemplo de la nota de esta semana sería: en la selva habita la comunidad lacandona. Los lacandones acusan a las autoridades de negociar con la ARIC Independiente y Democrática (Asociación Rural de Interés Colectivo) la entrega de más de dos mil hectáreas en dos convenios, uno por mil cuatrocientas a las comunidades que han habitado la selva desde hace más de veinte años y otro por mil cien hectáreas en los ejidos colindantes. La comunidad lacandona ha tomado las carreteras de Ocosingo exigiendo la liberación de Gabriel Montoya, su asesor. Los lacandones piden que no se les reconozca y han iniciado un proceso jurídico para desconocer los acuerdos de la asamblea del 16 de mayo. 22 personas fueron detenidas por el Gobierno del Estado y fueron liberadas dos días después en la mesa de negociaciones con el Gobierno Federal. Los lacandones no participaron en la reunión, ni fueron convocados ¿Entendió?
Es imposible, simplemente porque ahora indistintamente se denomina lacandones a choles y tzeltales, según convenga. Por eso necesitaré muchos artículos que iré entregando a Chiapas Paralelo, exponiendo los actores que hoy conforman el complejo de la Selva Lacandona, con la premisa de que actuaré como periodista y no como presidenta de Na Bolom, pero también he de confesar que como ser humano tengo comprometido el corazón con la selva y no con las vacas, ni con el gobierno o gobiernos. Y que mi punto es que hay demasiada selva repartida que no ha servido para nada, o para un carajo por decirlo con sentimiento.
Para entender el entramado, empezaremos por distinguir lo que ocurrió en el proceso de colonización de la selva, que ya lleva varias décadas. Llamada desierto aún en los tiempos en que Frans Blom la conoció en 1922, las pequeñas ocupaciones permanentes que había eran aquellas en las que radicaban las monterías como El Real o San Quintín, se extendía hasta Ocosingo y Palenque en la zona Norte, hasta el Petén en Guatemala, con quien la hemos compartido históricamente en la denominada selva maya, hasta Montebello en el Sur y todavía puede uno comprender su extensión original cuando vienen memorias de los antiguos monteadores que recorrían la Selva desde Altamirano, desde Margaritas, desde Tabasco, Campeche, Belice. Toda esa región era Selva (así, con mayúscula) y los jaguares, tucanes, saraguatos, monos araña, tapires, pavones, quetzales y miles de especies la recorrían orondos sin ningún obstáculo. Lo que hoy tratamos de salvar es al menos un camino, un pequeño recorrido que permita a un felino representante de una comunidad, de una etnia, de una entidad atravesar tranquilamente las fronteras múltiples que le hemos construido con alambre de púas, cazadores furtivos, trampas de toda índole y muchos cerillos.
La selva de mis recuerdos ocupaba 2 millones de hectáreas de tierra chiapaneca y la de mis paseos ocupa un millón de éstas improductivas, quemadas, desoladas áreas en las que el único interés es la posesión. Pienso que para poder acreditar mis dichos tendré que hacer muchos reportajes, investigaciones, entrevistas y solicitudes al IFAI pues me conduce la intuición de que esto está seriamente vinculado con programas internacionales como PROCAMPO, con inversiones millonarias como la Palma Africana, con ocurrencias de todo tipo como la REDD+ del sabinato, que mucha gente ha creído fue fondeada por países europeos y no por el malversado erario federal.
Frans Blom y Gertrude Duby no pensaron, mientras estuvieron juntos, que la Selva pudiera extinguirse. Escribieron un bello artículo de esos que mandaban a los presidentes y gobernadores solicitando que Yaxchilán permaneciera como un parque natural. Su forma de botón permitía cerrarlo fácilmente y dejar que la naturaleza mantuviera su esplendor de unos cientos de hectáreas donde pudiera recrearse la vida cotidiana de los antiguos mayas.
En 1963 Frans Blom falleció y aún no encuentro rastro de preocupación por la pérdida de bosque en sus escritos, donde las monterías son un tema tan común como en los de otro gran explorador de su época, B. Traven. Los árboles grandes se talaban y echaban al río Usumacinta, desde donde se iban flotando hasta Tabasco, de donde se creía que salían todas las maderas preciosas: emergían ahí en el río Grijalba antiguos árboles otrora frondosos, vueltos troza, marcados con sello de pertenencia. Eso había ocurrido desde finales del Siglo XIX regularmente y en grandes cantidades, pero la Selva continuaba retoñando en forma de acahuales y grupos de choles y tzeltales, junto con otras etnias en menor cantidad, habían sido conducidas como esclavos en horrorosas tareas y métodos por enganchadores que los confinaban a trabajos forzados, sádicos capataces y torturas indecibles que poblaron mi imaginación de adolescente. Video Na Bolom Lacandon, Alfredo Martínez
Entre ellos vivían los lacandones o caribes, que talaban pequeñas porciones de bosque y vivían en un pedazo de tierra por una generación, hasta que se agotaba el ocote. Entonces se trasladaban a otro predio, generalmente cercano a una laguna pues su alimento preferido era el pescado. La convivencia de estos con las monterías era prácticamente inexistente, por lo consecuente con las otras etnias.
Los hoy llamados despectivamente “caribes” por grupos radicales que pretenden apropiarse del legado de zapata y conducen las mesas de presión para deforestar nuestros bosques estaban ahí cuando llegó Blom en 1926, como puede apreciarse en el cortometraje Men, mules and machetes y antes, cuando visitó Palenque según sus cartas a su madre, “En el país de los grandes bosques”. Estaban ahí cuando llegó Jaques Sustelle y a pesar de lo que en la dialéctica territorial han querido probar quienes promueven la división entre etnias mayas de la selva, las tesis que los separan de la antigua civilización de constructores que habitaron los grandes sitios arqueológicos de la lacandona los ubica ahí desde el siglo XVIII.
Es ocioso (aunque sea buen negocio) continuar el discurso de que no tienen derecho a estar en la selva, como se ha venido discutiendo junto con otras tesis que iré presentando más adelante.
“Al ver que la tierra era buena, Hach Ak Yum hizo la selva. Creó todos los árboles. Hizo los lagos y colinas. ¡Muy bien! Pero no había animales en la selva. No había serpientes, ni pájaros, ni faisanes, ni pécaris, ni monos, nada. Vio surgir las piedras. Hubo piedras en la selva. Eso estaba bien. Cuando terminó de crear el bosque todo estuvo en orden. Desde entonces la tierra es buena”. [1]
Los lacandones, a quienes hoy pretenden echar de la comunidad, de la tierra, de los derechos otorgados en 1971 como responsables del cuidado de la selva no crían vacas, ni tienen pastizales. Son minoría, apenas cuentan para las urnas. No tienen más protección que la que podamos darles por ellos, por su cultura, por su selva. La que han cuidado, por lo menos, desde hace 300 años. La que han perdido, la que ha sido invadida y quemada, devastada, saqueada, talada y negociada.
María Luisa Armendáriz inició en el periodismo con Agustín Barrios Gómez en 1986, como productora y documentalista para distintos canales del sistema de Cablevisión y para el dirección de cultura de Televisa. Fue directora de información del Fondo de Cultura Económica desde 1994. Ha sido reconocida como promotora cultural, pero ha ejercido el periodismo desde el ámbito editorial de manera constante a lo largo de su vida profesional, escribiendo en El Informador de Guadalajara, El Universal Gráfico, El Universal y la revista Nueva Era, de la que fue fundadora. Compiló el libro Chiapas, una radiografía (FCE, 1994) y escribió la novela Amores de Selva y Sombra (Planeta, 1997).
[1] Cuentos y mitología de los lacandones. Didier Boremanse. Academia de geografía e historia de Guatemala, primera edición en español 2006. Página 5.
la autora haría bien en leer, nalizar y referirse, a la trilogía y cuarto del Prof Jan de Vos relativa a la profunda y seriamente documentada, historia socioambiental de la Selva Lacandona:
1.- La Paz de Dios y el Rey (la conquista y la colonia)
2.- El Oro verde (el siglo XIX y principios del XX);
3.- Una tierra para sembrar sueños (de 1950 al levantamiento zapatista)
(estos tres publicados por el Fondo de Cultura Económica)
y
4.- Camino del Mayab (solo el capítuo referido a los desalojos en la Selva lacandona)(publicado por CIESAS)
Porque la verdad, Soustelle, Blom y Duby…fueron excelentes cuentistas
María Luisa, felicitaciones por tu artículo. Quisiera recibir los siguientes. ¿Cómo puedo enviarte eletrónicamente un libro que se acaba de presentar en San Cristóbal? Manuel Esparza INAH Oaxaca
La Selva Lacandona es prácticamente el unico «pulmón» que le queda México. Sería muy penoso y hasta peligroso perderla, por el afán de pocas gentes y de un gobierno ápatico como este. Gracias María Luisa por informarnos…
Excelente reportaje María Luisa, seguiré leyendo los siguientes reportajes sobre el tema. Saludos.