Sobrevivir en La Merced: migrantes luchan por refugiarse de la discriminación y violencia en la Ciudad de México

Sobrevivir en La Merced: migrantes luchan por refugiarse de la discriminación y violencia en la Ciudad de México
Foto: Médicos sin fronteras

*Esta nota fue realizada por Pie de Página, parte de la alianza de medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes leer la original.


Según datos de la Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado, en el primer semestre de 2024 hay más de 23 mil solicitudes de asilo tramitadas en la Ciudad de México y, a pesar de que hay una reducción de casi el 40% de lo que se veía en el primer semestre del año anterior, la ciudad continúa sin garantizar los derechos de la población migrante

Texto y fotos: Sergio Pérez Gavilán / Médicos sin fronteras

CIUDAD DE MÉXICO. – En la fachada neoclásica de la Parroquia de la Soledad, en La Merced, uno de los barrios más famosos por el trabajo sexual de la Ciudad de México, se lee en un letrero tallado en piedra a los pies de una escultura de la virgen:

Nadie pase este lugar

sin que afirme con su vida

que María fue concebida

sin la culpa original”.

Dentro, impactantes murales de unos 5 metros cuadrados adornan las paredes con imágenes de la pasión de Cristo. El silencio señala que este es un lugar de oración o calma. Por fuera, sin embargo, está el ruido.

Al frente y al costado de este templo del siglo XVI, cientos de personas, familias, mujeres solas, niñas y niños y personas con alguna discapacidad, experimentan en condiciones indignas el calor extremo de los días, las frías lluvias de las tardes, las extorsiones de grupos criminales y la falta de suministros básicos para la sobrevivencia humana: agua, baño, alimento o acceso a salud.

En momentos pareciera que, a pesar de los grandes esfuerzos de la Parroquia por albergar y apoyar a la población migrante, no hay abasto para todos los que solicitan asilo. Por ello, desde fuera, luchan por construir un refugio de madera, lámina o casas de campaña que apenas alcanzan para vivir.

Estas son sus historias.

“Si Dios lo propone, cuando las cosas mejoren, tal vez cruzaremos al otro lado»

Lucía*, de 30 años, con su hijo Mateo*, de 7, y su esposo Luis*, consideran que tener la posibilidad de una casa de campaña ya es fortuna. Cuenta Lucía que llegaron desde Puebla hace unas horas y lo único que cargan en la mochila que encontraron tirada en las calles de otro estado, es una sábana.

“Nos dejaron sin nada”, cuenta, pegada a una pared resguardándose del sol con su familia. Y añade:

“El poco dinero que teníamos, el celular para hablar con la familia, para hacer la cita [de solicitud de asilo] de CBP ONE, la ropa, todo. No nos hemos encontrado con carteles o narcotraficantes, pero sí con muchas autoridades”.

Luis afirma con la cabeza y con voz baja, como no queriendo que lo escuchen. Dice que lo han golpeado una y otra vez en su ruta desde El Salvador. Lo golpearon autoridades federales en México. Él huyó para no militar en las pandillas de su país, pero la violencia no ha dejado de perseguirlo a través de las fronteras.

“Si Dios lo propone, cuando las cosas mejoren, tal vez cruzaremos al otro lado, pero por ahora podríamos quedarnos en México”, dice Lucía, a pesar de que lejos de recibir alguna consideración por viajar en familia, han sido vulnerados gravemente en su trayecto.

“Una vez nos vieron y nos empezó a seguir la Guardia Nacional. Luis pudo alejarse, pero a mí me agarraron con el niño. Querían dinero, pero yo ya no traía conmigo. Entonces empezaron a tocarme en todo el cuerpo. Le pedí a Dios que no fueran a hacerme nada más, porque no sé si el niño lo hubiera soportado”.

Como la familia de Lucía, llegar a campamentos improvisados sin un techo para resguardarse del sol ni de la noche, se ha convertido en una constante para las miles de personas que continúan llegando a la Ciudad de México en su ruta migratoria.

Según datos de la Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado (COMAR), en el primer semestre de 2024 hay más de 23 mil solicitudes de asilo tramitadas en la Ciudad de México y, a pesar de que hay una reducción de casi el 40% de lo que se veía en el primer semestre del año anterior (37 mil 906), la ciudad continúa sin garantizar los derechos de la población migrante.

“Sí hay una disminución en el registro de solicitudes”, dice José Antonio Silva, coordinador de proyecto de migración en Cdmx de Médicos Sin Fronteras (MSF). Pero, agrega que «esto no significa que los flujos hayan disminuido y que las personas puedan vivir en condiciones dignas».

«De hecho, hemos evidenciado un aumento importante de personas migrantes en situación de calle. Además, los datos de COMAR no registran a las personas en situación irregular migratoria en el país, ni a los numerosos desplazados internos por la violencia a lo largo del país”.

Las violencias y el abandono

Médicos Sin Fronteras actualmente trabaja en 4 albergues y 5 puntos distintos de la ciudad, donde ha registrado campamentos informales que varían entre las 200 y mil personas, muchas de ellas en condición de calle. “Así como ocurre en la Parroquia de la Soledad”, continúa Silva, “con la poca respuesta y falta de acceso a insumos básicos como baño, agua, alimento o medicamento, las personas se ven forzadas a habitar espacios hostiles, donde son víctimas de agresiones, cobros de piso, discriminación y violencia sexual”.

“La violencia sexual es un tema que nos tiene profundamente alarmados”, agrega Silva.

“Aquí en Ciudad de México, durante el trimestre de enero a marzo, ya hemos notado más del 50% de casos que detectamos durante todo el 2023, que fueron 91 en total. Esto muestra que hay una necesidad muy grande para que las personas puedan recibir atención para prevenir infecciones de transmisión sexual, embarazos no deseados y que sepan que pueden acceder a servicios médicos y de salud mental independientemente de su situación migratoria”.

En los límites del campamento improvisado, Alex, de 40 años, y Yesenia, de 39, se sientan en una banqueta a comer. Detrás de ellos, con techo de lámina y una estructura de madera, sus 3 hijos menores de edad juegan con unos carritos. Alex perdió un pie en un accidente en Venezuela 9 años atrás. Desde ese momento, su ruta ha sido larga: más de 6 años desde que salió de su país, primero a Perú y luego, en el último año, hasta México. Siempre viaja con una mochila y su bicicleta, que aún conserva.

“Yo había ya llegado acá hace unos meses, pero después Yes y mis niños también se vinieron desde Perú, por lo que regresé a Guatemala por ellos”, cuenta Alex, mientras personas alrededor le interrumpen buscando su guía para navegar el campamento.

Entre Ciudad de México y Tecún Umán, Guatemala, hay mil 198 kilómetros de distancia, pero Alex se considera feliz de haberlo hecho dos veces con tal de estar ahora con su familia reunida.

“En Perú teníamos una casita, pero desde que subieron los precios de la comida había que salir. Me vine solo y con Dios en el Darién, por ratos me ayudaron otros, me cargaron, luego nadé el río y rodé por la montaña. La verdad, sí me han ayudado mucho en otros países, en algunos, como Panamá, me sacaron a Costa Rica, luego a Nicaragua, Honduras. Pero en México las cosas sí son duras de verdad”.

Sus hijos le interrumpen con hambre, por lo que Alex se levanta con una muleta para resolverles su comida. Yesenia retoma y cuenta, con temor, que vivir en la plaza frente a la parroquia ha sido muy complicado: “No quiero tocar mucho el tema, pero llegan bandas de gentes y golpean a los muchachos, nos asustan, quitan las carpas o te corren si se te acabó el dinero para pagar. Todo se maneja por acá en lo bajito, pero por poner una luz te cobran 50 pesos, luego el baño 5 y la regadera 20, y luego para comer también es caro”.

«El racismo está en todos lados»

Alex regresa y se sienta de nuevo en la banqueta. Voltea y pregunta en qué quedamos. “Sí, aquí es duro”, dice. Mientras en otros países por su condición de discapacidad le permitieron cruzar en buses, a veces con o sin costo, en México no ha encontrado consideración alguna por su amputación o venir en familia.

“Nunca me tomaron en cuenta para tomar un bus cuando llegué a la frontera. Preguntaba a migración por cómo acceder a algún tipo de ayuda por discapacidad, me anoté en una lista, pero no pasó nada de nada. Tuve que dormir en la calle en Oaxaca y Chiapas, pidiendo raites, como dicen acá, y pedaleando en la bicicleta de un pueblo a otro”, cuenta.

“Llegué a la Terminal de buses TAPO hace dos meses”, continúa Alex. “Hacía mucho frío y le pregunté a un mexicano por dónde había venezolanos como yo. Eran muchos elevados con escaleras para cruzar. Llegué al centro, a una cantina, les pedí que me cuidaran la bicicleta. Yo ya me arropé de pies a cabeza para dormir en la calle hasta que unos muchachos venezolanos me vieron y me dijeron que me podría venir acá. Puse una carpita, hasta que tuve que salir de vuelta por ellos a Guatemala”, termina.

La discriminación que experimentó Alex en su condición de amputado, se replica de distintas maneras, causando afectaciones en la salud mental de la población. José Antonio Silva explica:

“Hemos tenido casos de secuestro, violencia verbal, violencia física y sexual, y psicológica en los campamentos de la Ciudad de México”.

Luego, añade que estos factores, así como la falta de atención integral a la salud mental de la población, hacen que la ruta sea mucho más difícil e inhumana. Por eso, en este momento es muy importante subrayar la necesidad de garantizar el acceso a la salud, que se generen políticas públicas que promuevan los derechos de las personas y mecanismos que integren el acceso a trabajos formales, refugio y servicios básicos”.

Hacia el final del día, bajo una carpa azul frente a la parroquia, Givenchy, de 25 años, proveniente de Haití, es de los pocos de su grupo que han conseguido aprender un poco de español durante su paso por México. Escucha a los demás, y traduce lo que parece un consenso en su grupo: “El racismo está en todos lados”, dice molesto, mientras sus compañeros asienten.

“Si eres blanco hay trabajo, hay apoyo, pero si eres negro, no. Y cuando sí hay trabajo hasta nos pagan menos. Aquí todo es mafia: con los policías, para tener una casa, mafia, mafia, mafia”.

Al final queda la duda si el letrero afuera de la parroquia es para la iglesia o para todo el país. O, en cualquier caso, si incluso afirmando con la vida lo que pide, no es suficiente para recibir la protección o el refugio que se necesita.

*Nombres cambiados para proteger la identidad de las personas.

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