Bajo el cielo del París olímpico

Foto: @Losjuegosolimpicos

#ParaleloOlímpicoParis2024

Por Germán Martínez Aceves*

Cuando Alejandra Valencia, Ana Paula Vázquez y Ángela Ruiz, nuestras Juanas del arco, dieron certeras en el blanco para obtener la primera medalla de bronce para México y derrotar al trío de arqueras del los Países Bajos, reitero mi agradecimiento de que, a pesar de todo, la sociedad en el mundo avanza en ideas y nuevas formas de ver la vida.

Si el pensamiento se mantuviera estancado en la época oscurantista, monárquica y totalitaria, no habría oportunidad alguna de que las mujeres, en este caso en el tiro con arco (una vez más) nos den alegrías y satisfacciones.

Si las ideas se quedaran en el atavismo, la prohibición y la “supremacía patriarcal” que por siglos han ido de la mano de los cartabones religiosos, aún creeríamos que la tierra es plana y que sólo existe la palabra y “la razón” de quien tenga el poder.

Pero estamos en el siglo XXI, en París, en el vértice histórico que ha iluminado a la humanidad desde la filosofía, la política, el arte y la cultura desde todos los matices y posibilidades que abren las puertas a la libertad y, sí, afortunadamente, a la utopía de la fraternidad.

El gran escritor Michel Houllebecq, cronista de la distopía, había augurado en su novela Sumisión que, en las elecciones presidenciales francesas de 2022, el triunfo sería de un líder de formación islámica. Recordemos que los atentados terroristas con extremas acciones árabes estaban a la orden del día, como el emblemático caso del ataque a la revista satírica Charlie Hebdo que publicó una portada con una imagen de Mahoma que fue interpretada como una burla al profeta por parte del grupo Al Qaeda. A ello habría que sumar las preocupaciones francesas por tanta migración árabe y africana a París y los jugosos negocios en la industria y el deporte de los potentados árabes en la economía francesa.

Pero a Houllebecq su disección de la sociedad francesa y del mundo occidental erró un poco. La flecha no cayó en el círculo musulmán sino en las “buenas conciencias” ultraconservadoras que se desgarraron las vestiduras ante un cuadro drag queen que interpretaron como una blasfemia a la famosa-pintura-infaltable-en-el-comedor-de-cualquier-casa-tradicional de “La última cena”. Hay quienes, en el exceso del paroxismo, subrayaron que uno de los bailarines mostró descaradamente sus genitales cuando en realidad era su malla rota por el fragor de la danza (Freud, ¡Urge que psicoanálisis a ciertos sectores de la sociedad!).

Lo cierto es que era una representación de una bacanal al estilo de Dionisio clásica del siglo VI ¡Antes de Cristo!, y que al menos el que representó a Baco no apareció totalmente desnudo como está representado estéticamente en una estatua que se encuentra en el Museo del Louvre (persignarse por favor).

Las Olimpiadas son la fotografía del rostro del planeta que se toma cada cuatro años. Más que la amenaza islámica y el flujo migratorio que no cesa, llama la atención de que entre las cenizas se rehaga la ultraderecha con tufos fascistas como un Terminator inmortal y que su gran campo de cultivo propagador de ideas sean las redes sociales.

Es de celebrarse el ingenio y la capacidad del ser humano, en este caso los creadores franceses, para atreverse a romper todo tipo de esquemas y hacer de París un escenario abierto para que todos disfrutemos la fiesta olímpica.

¿Qué habrán sentido los que aún son reyes en esta época de democracias cuando vieron a María Antonieta decapitada cantando ópera y heavy metal al frenético ritmo de Gojira en una espectacular representación de la Toma de la Bastilla?

¿Qué habrán pensado los supremacistas al ver una potente imagen de una mujer de raza negra fuerte y con templanza entonando con todo el orgullo el fastuoso himno francés?

La inauguración que vimos este 26 de julio va más allá de cualquier mente obtusa. Fue la oportunidad de mostrar “la mejor versión del ser humano”, como dijo en la inauguración Tony Estanguet, presidente del Comité organizador de las Olimpiadas de París.

Cierto, es la vida en rosa y una gran alfombra roja que esconde abajo los graves conflictos que ponen en vilo la paz en el mundo como los incesantes ataques de Israel a Gaza, la invasión rusa a Ucrania (Rusia y Bielorrusia no participaron por eso ¿el estado israelita debió ser medido con la misma vara?), las contradicciones políticas en América Latina, los eternos conflictos africanos, el flagelo del narcotráfico que corroe al mundo, las graves consecuencias del cambio climático y las migraciones cotidianas.

Pierre de Coubertain, otro personaje controvertido, impulsó los Juegos Olímpicos de la era moderna que se inauguraron el 4 de mayo de 1924 en París. Cien años después la cita mundial es un mosaico que apuesta a la inteligencia, a la creatividad, a la igualdad, a la solidaridad, a la sororidad y a la fraternidad.

Es muy gratificante ver el esfuerzo de todos los atletas del mundo buscando romper los récords mundiales en una meta que no tiene límites para aspirar a ser más alto, más rápido, más fuerte.

Celine Dion desde la Torre Eiffel, con la capital parisina a sus pies y de cara al mundo interpretó El himno al amor, de Edith Piaf, que rubricó el triunfo de la belleza, bajo la lluvia, como en las películas francesas.

¡Que se abran todas las puertas!

Ante esta puesta en escena de la grandiosidad que puede mostrar la humanidad en un ambiente de libertad, no me queda más que desear lo que plasmó César Vallejo en un poema: “Me moriré en París con aguacero”. Seguramente seré feliz.

*Integrante de la Editorial de la Universidad Veracruzana

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